Siguiendo el guión establecido, se presentó el viernes 21 de noviembre en el Centro Cultural de las Claras de Plasencia.
Juara dixit:
1. PRIMER GÉNESIS
Aquellos de ustedes que ya hayan tenido ocasión de echarle un vistazo a las Historias de Villa Germelina –el libro de Nicanor Gil que presentamos aquí esta noche– habrán podido observar cómo las historias, propiamente dichas, vienen precedidas de un texto, a modo de preámbulo o introducción, titulado “Segundo génesis”. Imagino que semejante título –que no es “Génesis”, sino “Segundo génesis”– de entrada a más de uno le habrá hecho preguntarse intrigado por el paradero de un deducible primer génesis del que, sorprendentemente, nada se dice en el índice. Pues bien, ahórrense el trabajo de buscarlo, porque tampoco lo van a encontrar hojeando luego el libro, y ya les adelanto que, cuando se metan en lectura, acerca de él apenas si hallarán algunas vagas, nebulosas, sugerentes referencias que el autor ha tenido la generosidad de dejar caer en las líneas de ese primer texto o relato introductorio.
Mi intención es la de contarles las cosas desde el principio, y aunque tampoco estoy en condiciones de desvelarles nada acerca de ese mítico y elíptico primer génesis de Villa Germelina, cuyos secretos y circunstancias sólo Nicanor conoce, sí que puedo darles cuenta de otro génesis no menos interesante, el del propio libro, del que he venido siendo espectador privilegiado. Y es que el proyecto de estas Historias de Villa Germelina –que, al principio, si la memoria no me falla, apenas eran Milagros de Villa Germelina– nació hará unos cinco años de la sugerente y ambiciosa propuesta de trabajo que Gonzalo Hidalgo Bayal acostumbra a plantear a los participantes del taller literario de la Universidad Popular, magnífico taller al que tanto Nicanor como yo hemos asistido. No recuerdo bien si Nicanor fue o no entonces un alumno aplicado, si avanzó mucho o no en su colección de milagros aquel segundo año de taller, pero lo cierto es que, sea como fuera, los milagros siguieron dando coletazos después, en alguna de las sesiones de lo que dimos en llamar el postaller literario, y que, poco a poco, nos fue llegando la noticia de los diversos premios que iban obteniendo por todo el país, como el Concurso de Relato Breve de la UNED de Plasencia, el Concurso de Relato Corto de Monturque, el de relatos cortos “Juan Martín Sauras” en Andorra, o el Certamen Literario Apolo y Baco de Sevilla. Además, por esa época Nicanor obtuvo una beca para la creación literaria de la Consejería de Cultura para poder culminar su proyecto, para poder escribir los milagros, y recuerdo haber conversado con él en más de una ocasión acerca de los pormenores burocráticos de la beca y sobre la marcha a contrarreloj del trabajo hasta llegar a conocer, finalmente, una primera versión apresurada de lo que hoy es este libro. Después se sucedió un período más o menos largo en el que, por otra parte, los dos nos hicimos cargo de la coordinación del Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán”, estrechamos nuestra amistad, y en el que, pese a haberme encontrado con algún milagro suelto en una delgada edición de autor, de tirada imprescindible, intuyo que la mayor parte de ellos debía de andar medio abandonada en algún cajón de escritorio o, más bien, en algún documento desaparecido sin rastro del listado de archivos usados recientemente del Word, condenados así un tiempo de olvido que terminó cuando Nicanor conoció a Marino González, y, de nuevo con el aval de la Consejería, esta vez de Cultura y Turismo y en forma de ayuda a la edición, y después de las siempre arduas y discutidas galeradas y correcciones finales, las Historias de Villa Germelina acabaron por ver la luz en esta edición de De la luna libros que ahora tenemos entre manos.
A fin de cuentas, conozco a este libro casi desde que nació, lo he visto crecer poco a poco a la sombra de su padre, compañero de fatigas organizativas del Aula, lo siento como una especie de ahijado, y por eso también para mí es una enorme satisfacción presentarlo aquí esta tarde.
2. ENTRE MILAGROS LAICOS Y MUJERES FUERTES
Historias de Villa Germelina está integrado por nueve relatos que acontecen entre la peripecia romántica de un personaje real, el general Gómez, y la prolongada o prorrogada infamia de otro ficticio, el coronel Rosales, o, lo que es lo mismo, entre la primera guerra carlista y la guerra civil y sus secuelas; nueve relatos que se desenvuelven a lo largo de más de cien años, que son también los que dura el prolongado sacerdocio del longevo don Cipriano, uno de los principales personajes del libro; nueve relatos, en definitiva, de un tiempo en sepia, en el que brilla tímido el metal de los aparejos de una ciencia en ciernes, el de trompetas de plata y de oro o el de sinuosas gramolas en las que resuenan, como banda sonora de estas historias, nostálgicas habaneras y castizos pasodobles.
Pero este libro encierra, además del relato de un tiempo, la descripción de una densa geografía que recuerda a los más que probables referentes geoliterarios del autor, como son el Macondo de García Márquez, las tierras de Murania de Gonzalo Hidalgo o los verdes valles y rojas colinas de Ramiro Pinilla. Como podrán comprobar, la geografía con la que Nicanor rodea Villa Germelina y sus historias es rica en lugares y accidentes, como el Cerro Chico, la Cueva de los Maragatos, las Nalgas del Prior o el Chorrituelo, pero, de entre todos ellos, destacaría, por su importancia fundacional, que reverbera en el conjunto de los relatos, el Tragahombres –luego rebautizado como Ojo de Mar–, una poza insondable y misteriosa por la que salen a flote rarezas tales como un galeón genovés cargado de ánforas de vino o un desventurado recluta germelino muerto en un naufragio en alta mar, un capricho geológico éste del Tragahombres que, de algún modo, conecta la Villa, enclavada tierra adentro, entre bosques y sierras, con el océano, un océano de ida y vuelta por el que algunos de sus audaces vecinos se marchan y regresan, trayendo de Argentina, de La Habana o Filipinas fortunas mayores o menores, aires y sones coloniales, blancos trajes de lino y sombreros panamá.
En cuanto a la organización del libro, los relatos o historias de Villa Germelina están agrupados en dos partes. En la primera de ellas, titulada “Tres mujeres fuertes”, se nos narra la vida valiente de tres mujeres de la villa, la de Micaela, una aguerrida judith germelina, la de Amalia, la hija de un indiano, de belleza trágica y cautivadora, y la de Máxima, comadrona y plañidera, buena conocedora de la vida en sus extremos y bien apertrechada para la muerte. Se trata de tres relatos ejemplares sobre tres personajes femeninos en los que el autor, aparte de dejarnos un discreto pero reconocible recuerdo de su tierra natal, Guadalupe, lleva a cabo un apasionado homenaje a la mujer, no en vano está bien rodeado de ellas y, de hecho, dedica el libro a su madre, a su mujer y a sus tres hijas.
La segunda parte del libro se titula “Milagros gemelinos” y a ella respondía –como ya he dicho– el propósito inicial de Nicanor en el taller literario, que era el de escribir una serie de milagros. Es necesario aclarar, a este respecto, que se trata de milagros laicos, sin ninguna connotación religiosa, y que, además, poco o, en más de un caso, nada tienen de milagroso, si por milagroso entendemos lo mágico, lo sobrenatural, lo ininteligible, en la medida en que, en muchos de ellos, resulta más o menos fácil vislumbrar una explicación natural, lógica o ligeramente científica para el enigma, con lo que imagino que, sin religión ni misterio de por medio, muchos de ustedes se preguntarán qué milagros son esos que Nicanor escribe y qué es lo que tienen de milagroso.
Como ya les he anticipado, los episodios de estas Historias de Villa Germelina comienzan con la primera guerra carlista y se prolongan hasta más allá de la guerra civil, y además, entre medias, en varios relatos se escuchan, como ruido de fondo, los ecos lejanos de las guerras coloniales de Cuba, Filipinas y África. Pero la cosa no termina ahí, o, quizá deberíamos decir que no empieza ahí, porque si leemos uno de los primeros párrafos del relato titulado “Micaela”, en el que se nos cuenta que «pocas veces en su historia los germelinos han acertado a la hora de tomar partido por algún bando (…) Fueron beltranejos, comuneros, afrancesados hasta que llegaron los franceses y, entonces, no descansaron hasta echarles. Luego apoyaron al rey hasta que éste llegó del exilio y derogó la Pepa. Entonces se hicieron liberales para luchar contra los Cien Mil Hijos de San Luis y permanecer la Década entera conspirando contra él», nos daremos cuenta de que, a lo largo de toda su Historia y, también, a lo largo de estas historias que Nicanor nos acerca, las gentes de Villa Germelina han venido siendo asaltadas, vapuleadas, avasalladas por la guerra, poderoso instrumento de lo que Sánchez-Ferlosio, en sus recientemente publicados Apuntes de polemología, describe como «la perdurable y cruenta sinrazón perpetrada contra los “bienes” de la vida por los “valores” de la historia», lo que me hace pensar que los cinco milagros que Nicanor nos cuenta –el del cine, el del agua, el del vino, el del Pirri y el de don Cipriano– no son sino manifestaciones de un milagro mayor, el milagro de vivir, en medio de tanta sinrazón, de tanta guerra , que su sentido último es la celebración de la vida misma y que en esos relatos lo verdaderamente milagroso es que a los germelinos les queden ganas de amarse, de aprender a tocar la trompeta, de beber buen vino o de explorar las profundidades del Tragahombres.
3. MI NOMBRE ES LEGIÓN
Para terminar, quienes ya conocéis al autor sabéis que Nicanor es mucho Nicanor, aunque también puede que Fernando Pessoa tuviese razón al afirmar que en cada uno de nosotros habitan innumerables individuos y que lo correcto sea decir que Nicanor son muchos nicanores, entre ellos –sin ánimo de aprisionarlos en un estrecho numerus clausus–, el escritor, el informático, el organizador, el fotógrafo, el aficionado al cine, al submarinismo, a rastrear antepasados en archivos monacales, el aprendiz de enólogo, el orgulloso hijo de Guadalupe o el ardiente defensor de la causa saharaui. A este respecto les diré que me ha sorprendido que el autor diga, refiriéndose a Aniceto Sanromán –un personaje con casi categoría de alter ego–, que «estaba poseído por una actividad nerviosa que no le permitía un momento de sosiego, como si temiera no tener tiempo para hacer realidad todos los sueños que le obsesionaban», porque esas palabras bien podrían haberse dicho del propio Nicanor, y que me ha divertido mucho, al leer y releer las Historias de Villa Germelina, el irme topando con las huellas, más o menos discretas, de toda esa nutrida legión de nicanores que les he enumerado, he disfrutado, en definitiva, encontrándome a Nica, encarnado en sus propios personajes, diseñando un calendario perpetuo, construyendo una central eléctrica, explorando las simas del Tragahombres, acercando a los germelinos las maravillas del séptimo arte, pateando con los soldados carlistas un paisaje boscoso que bien podría ser el de sus Villuercas o catando, en la cavernosa bodega de la taberna del Chato, un vino «sobrio en el ataque, cálido, redondo e invasor en el paso de la boca», aunque la verdad, donde puede que más vivamente me haya encontrado cara a cara con el amigo Nicanor haya sido al descubrir una mirada que atraviesa todos los relatos, la mirada traviesa del intrépido forajido infantil que, una tarde de siesta veraniega, cautivado por una silueta contundente enmarcada en el amarillo intenso de un anuncio de azulejo, decidió adoptar el legendario sobrenombre de Nitrato de Chile.
Con mis chicas