Salama, el fuerte, tiene trece años y sobre sus espaldas (le duelen) recae todo el peso de su casa. Quiere ser mecánico y soy testigo de que vale para ello, creo que Inma también lo puede certificar. ¡Que diferencia con los niños de su edad de este nuestro primer mundo, idiotizados con tanta Play, tanta caja tonta y tanta ropa de marca! Con sus trece años ya ha realizado hazañas que yo, con mis treintaydiez, sólo alcanzo a imaginar.
En algunas ocasiones olvida su guión de jefe y juega como el niño que es. Después le cuesta retomar su papel y a veces llora a escondidas. Sé que no le gustará que yo desvele este secreto, pero él sabrá algún día lo que yo le admiro y le respeto.
El taller con el que sueña Salama.
Rosa, de hisparaui, viendo con sus ojos lo que tantas veces ya le había contado
Daff (como la cerveza de los Simpsom) no se separaba de nosotros un momento.
La ceremonia de la genna
Después del reposo que la genna requiere y…
después de dar buena cuenta de una bolsa de caramelos …
Nos fuimos a buscar a Albarka Salma, la refugiada de los refugiados. Un reencuentro que yo esperaba de forma especial. ¡Cuántas veces he visto sus fotos y he pensado en ella en este último año! No esperaba que ella me recordara. ¿Cómo iba acordarse de aquel españolito con pinta de aventurero del siglo XXI, que un día se entró en su haima acompañado de un gallego y una recría, que le hizo unas fotos y le entregó cincuenta euros? Cuando llegamos estaba acarreando los sacos de harina y azúcar que de la Ayuda Internacional le correspondían. Al día siguiente Albarka Salma vino a nuestra haima a pedir disculpas por no habernos atendido como ella hubiera querido y a obsequiarnos con tres collares. La que no tiene, da lo poco que tiene a los que mucho tienen.

Halia, un pinpollo con muelles en los pies, me recordaba a El Principito.
Daff
Nafic, mi segunda sombra
Naku, nuestro pececito del desierto. A veces, su preocupación por nosotros se instalaba en su semblante y sólo un caramelo le devolvía su sonrisa limpia.
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