Capturar el momento, engañar al tiempo, quizás en ello radique la esencia de la fotografía, pero si además somos capaces de congelar una imagen, que en condiciones normales se escapa al ojo humano, tenemos magia, pura magia. El complejo ojo humano sólo puede procesar diez imágenes por segundo, cualquier fenómeno más rápido necesita de la interpretación del cerebro.
A estas alturas, con la capacidad de asombro agotada, ya no nos sorprenden este tipo de fotografías con las que Harold Edgerton en 1937 quedó perplejo a medio mundo al congelar la Salpicadura de una gota de leche. Lo que este científico consiguió en un laboratorio, sincronizando un destello luminoso con el movimiento y el punto de enfoque, lo podemos realizar hoy en día en nuestras casas con casi cualquier cámara de las actuales.
Descubrir estos microcosmos únicos y la belleza y la plasticidad de estas esculturas líquidas es una de las experiencias más gratificantes que he tenido como fotógrafo.
En mi caso, sólo lo he probado una vez, y el resultado es el que estáis viendo. Os aseguro que las fotos están sin retocar, sólo unos pequeños ajustes de tonalidad y encuadre en algunas de ellas, pero nada que se salga de lo normal y desvirtúe la toma original.
Lo hice en la cocina de mi casa con la ayuda de un trípode, botella de agua mineral como dosificador de gotas, betadine y tinta azul como colorantes, caja de bombones, pinzas de la ropa y cartulinas de colores. Quizás lo más complejo sea enfocar, pues tiene que hacerse de forma manual, para ayudarme lo hice con un bolígrafo y un código de barras.
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