Como estaba previsto, se presentó en Mérida el jueves 20 de noviembre en la Biblioteca del Estado Jesús Delgado Valhondo. Isabel dixit:
Esta noche estamos aquí para presentarles una obra que hace muy poquitos días que está en las librerías , pero que ya está avalada por la Junta de Extremadura, que le concedió la beca a la creación literaria, y cuyos relatos, por separado, han sido premiados en distintas ocasiones. La Crítica probablemente se encargará de valorar esta obra, a mí como mera lectora, hoy sólo me corresponde transmitirles el placer que ha sido interpretar sus páginas y reivindicarla como un texto para disfrute de los amantes de la lectura.
Leerla ha sido una experiencia deliciosa, porque en mi opinión, en esos textos se funde magistralmente la magia de lo fantástico con la aventura de lo cotidiano; esa fusión de ficción y realidad que sólo la Literatura con mayúsculas sabe hacer.
Este libro es una gavilla de relatos anudados por un mismo tallo, Villa Germelina. Un pueblo que se nos presenta en el texto no sólo como el marco espacial que usa el autor para situar sus relatos, ser el espejo de su imaginación y sostener todo lo que nos desea contar, sino como el personaje protagonista que vertebra toda la obra. La Villa es una geografía de ficción que vive, que cambia, que sufre como cualquier otro personaje. Tiene un devenir propio, que ya desde las primeras páginas comienza como el ave fénix, resurgiendo de sus propias ruinas cenagosas y de la imaginación de sus crédulos habitantes. A lo largo de las distintas narraciones se van apuntalando sus cimientos con la firmeza de sus personajes. Por un lado, un coro de personajes femeninos, de mujeres fuertes como las sabinas que conforman su paisaje, en las que el autor encierra la fuerza de la sabiduría y la sinrazón y la dulzura venenosa del deseo y la belleza. Por otro lado, el pueblo cuenta con el soporte masculino de esos sempiternos personajes rurales que encabezan el cura, el boticario y el alcalde y que complementan sus acólitos, que sirven a Nicanor para mostrar personalidades y comportamientos perfectamente analizados, así como para simbolizar con ellos conceptos como el poder y su decadencia, el pecado, la injusticia, la guerra y la pérdida, presentándonos el devenir humano como el devenir del pueblo y viceversa.
Tenemos pues un territorio y personaje imaginario de memoria y fantasía como si de un Celama de Mateo Díez, del Yoknapatawpha de Faulkner, Obaba de Atxaga o un Macondo de García Márquez se tratara.
Probablemente más cercano a este último, porque comparte con él el estilo del realismo mágico. Como Macondo, Villa Germelina existe y no existe. Sabemos que este topónimo no está en ningún mapa a pesar de que en nuestras mentes está su gran parecido físico con cualquier pueblo extremeño de la posguerra, habitado por cualquiera de aquellas generaciones que compartieron ese difícil destino.
Pero existe porque un autor la ha fundado, ha inventado un territorio mítico que le permite, sin perder una referencia reconocible de lo existente, moverse en esa arriesgada y tenue frontera donde se funde lo real con lo fantástico, donde el autor consigue que los milagros lleguen a formar parte de la realidad cotidiana , donde el mito y la verdad se reflejan en charcos que se tragan a los hombres, creando, en definitiva, un mundo cercano a los sueños, simbólico y metafórico, que lleva la huella de los territorios vitales de la experiencia y nostalgia del autor, y que a la vez, nos permite a los lectores desarrollar la tarea sublime de crear y rememorar nuestra propia Villa Germelina.
Les recomiendo que lean estos relatos, que se adentren en este reino de Villa Germelina, porque les va a divertir, entretener, emocionar, y si son lectores más exigentes, podrán igualmente disfrutar de una obra de imaginación razonada, escrita con una prosa de gran calidad literaria y lingüística. Y espero, ciertamente, que este nuevo territorio perviva junto a las Vetustas, Máginas o Santa Marías de otras épocas, porque junto con ellas, vendrá a confirmar un nuevo triunfo de la ficción en su íntimo juego con la realidad, ese en el que participamos todos los que amamos la Literatura.
¡Larga vida a Villa Germelina!