Regreso a la Hamada

• 11 Dic 2007
Un año después he vuelto a los Campamentos (esta vez acompañado de Rosa y Julia que han superado la prueba con nota y que han conseguido graduarse como hisparauis) y otra vez he regresado con la sensación de que algo de mí se ha quedado para siempre en la Hamada. Intento escribir estos sentimientos y son los mismos que escribí en la moleskine en el vuelo de regreso del año pasado. Para no plagiarme, (no es pereza) hago copypaste:


En este viaje, a pesar de mi liviano equipaje de vuelta, he traído más cosas que he llevado, pero sé que una parte de mí se ha quedado para siempre en la Hamada. Se ha quedado con Naku, nuestro pececito del desierto; se ha quedado con las sonrisas limpias de los niños de mi nueva pandilla, con Halia que parece que tiene muelles en los pies, con Brahim el granaino, que para llamarme me dice quillo, con Salama, el niño grande, que no habla pero lo entiende todo, con las canciones saharauis de Nafic, con Fátima la niña de la sonrisa triste, con la belleza adolescente de Malaha, con las manos diminutas de Lahlah y con el resto de la recría que tienen nombres imposibles para mi mediocre fonética.

Conmigo se han venido el sabor amargo del té que mata al hambre; el silencio de la noche sólo roto por el canto gutural de los camellos (sé que el elefante barrita y que el perro ladra, pero el camello…); los momentos mágicos en los que Mafud pronunciaba el nombre de las estrellas, la constelación Zoraida que en lo más alto de ese cielo protector indica que llega el frío; el frío del desierto; la arena limpia que vela por los piececitos descalzos que la pisan; los pupitres de mi infancia que volví a ver en la madrazza; la ternura con la que Salma cuida a su niñito enfermo; las cicatrices del tiempo en el rostro curtido de Albarca Salma y las del alma en su mirada, la refugiada de los refugiados; la inquietud que me producen las camas vacías del hospital; la paz con la que Haduya reza al atardecer y Mafud juega a las damas con los sabios de la daira.

Ahora de vuelta a mi mundo de consumismo obsceno, en donde todos nos quejamos de todo, en donde la pobreza no tiene nombre propio, a pocos días de comidas y cenas opulentas, pienso con tristeza en ellos. Se quedan en la Hamada argelina, prisioneros de una de sus más antiguas maldiciones: “ojalá te destierren a la Hamada”. Dicen los que pasan allí más de una semana que es el infierno de los desiertos. Cuando lo digiera podré nombrar los nombres de la pobreza, porque este viaje me ha ofrecido la oportunidad de bautizar a esos seres anónimos que nos enseñan en los descafeinados telediarios y ver la inmensa playa sin mar en la que viven las mujeres sin playa.

Salimos de Plasecia el día 1 de Diciembre a eso de las 10:30, con las mochilas llenas y los medicamentos que Rosa consiguió para el hospital de Dajla, con la sensación de que todo lo que llevábamos era poco.


Los componentes de la expedición: Ladis, la tita de Dajla, y sus sobrinas Guadalupe y Ana, José Antonio y su hija Susana (ellos fueron al Aaiún), Rosa, Julia y yo.

Este año las Asociaciones de Extremadura compartimos viaje con un grupo de Navarros y otro de Castilla La Mancha. Sufrimos la T4. Algo que todavía no entiendo, pues esto alarga el viaje y lo complica todo.

Rosa, con cierta sorna, me recrimina mi exceso de optimismo. ¿Por qué tiene que salir algo mal, si puede salir bien?

El avión (bautizado con nombre de un personaje de uno de los temas de Les Luthiers) llegó con puntualidad argelina: dos horas de retraso. El subrealismo argelino se hizo patente después de estar sentados en el avión una hora, cuando el comandande avisa que hay mil kilos de sobrecarga y que no podemos despegar. Hay que elegir entre diez pasajeros y sus equipajes de manos o descargar al azar parte de nuestro preciado equipaje. Se negocia lo inegociable y media hora después despegamos sin soltar lastre alguno. Es mejor no hacerse preguntas que no tienen respuestas.

Los acontecimientos parecen dar la razón al pesimismo de Ladis. Con el tiempo se la darán por completo. Dicen que sabe más el diablo por viejo que por diablo y Ladis ya está curtida en estas lides.

De Tindouf no tengo fotos. Este atrevido reportero osó tirar algunas en el aeropuerto y la seguridad argelina quiso quedarse con la cámara. Un paquete de Malboro aplacó los ánimos y todo se quedó en un borrado de fotos. (No recomeindo a nadie que deje de fumar, y menos que deje de comprar, si va a ir a los Campamentos).

A las 03:30 nos embarcan en el camión. El año paso yo hice este trayecto en Toyota saharaui. En esta ocasión hemos comprobado lo que sufren los niños cuando vienen y vuelven. Y ya me explico el estado en el que llegan.

Al llegar a Dajla muchos besaron el suelo dando gracias a Alá y a todos los seres celestiales.

El Protocolo estaba desierto (desierto jajajaja) Un cubaraui tomó nuestros nombres y buscó al adormilado chófer, que tras hacer algún arreglo, en la más absoluta obscuridad, a un camión de museo que se resistía a despertar, nos invitó a embarcarnos de nuevo para ir a buscar a nuestras familias.

Y como todo en este viaje está cargado de emociones fuertes….
El reencuentro con nuestra niña fue accidentado. Con la emoción de vernos no vió algo que la rebanó un dedo de sus pies descalzos.

Y Rosa se tuvo que aplicar nada más llegar.

Esta primera entrada es larga, pero es que la jornada fue muuuyyyyyyyyy larga.

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