El hospital del campo de refugiados saharauis de Dajla está lleno de camas vacías. Cualquiera puede entender que esto no es debido a la salud inquebrantable de los refugiados, sino a la carencia de medios. No dispone de quirófanos, ni de anestesia, ni de medicamentos… En nuestro último viaje llevamos guantes de látex y el enfermero nos dijo que hacía casi un año que se habían terminado los últimos.
Mientras preparaban el té aproveché para echar un vistazo a las dependencias del hospital y me encontré con esta foto.
El desconfiado minino se debatía entre la huída o esperar la caída de la próxima gota de agua. En el desierto es oro. Yo me acercaba sigiloso a ese punto impreciso entre su línea de seguridad y la distancia focal que me perdiera realizar la fotografía buscada. El ruido del obturador hizo que desapareciera por arte de magia.
No conseguí ver ni más gatos ni más grifos.
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