Aún corriendo el riesgo de pisar una mierda de perro (con perdón) merece la pena pasear por el centro de Madrid mirando a sus alturas. En ellas permanecen vigilantes infinidad de seres que velan por la ciudad y pasan desapercibidos para la mayoría de los mortales.
Estas son dos caras del El Banco de España, la amabilidad y serenidad de ella en contraste con la irascibilidad de él.
Las cuadrigas coronan el banco como un símbolo de fuerza y poder. Cuentan que originariamente eran doradas, una diana muy atractiva para la aviación franquista, por lo que decidieron pintarlas de negro. Memorable la escena final de La Comunidad de Alex de la Iglesia.
A los pies de los caballos se arrastra una realidad que nadie quiere ver.
Siempre que paso por aquí se me viene a la cabeza el famoso cuadro de Antonio López y veo la Gran Vía con los ojos del pintor.
Es muy recomendable tomarse un café en la terraza del edifico del Círculo de Bellas Artes. En mi caso imprescindible después de ver la exposición de fotografías de Robert Capa “La maleta mexicana”.
Al llegar a Sol busqué al Tío Pepe, pero se ha ido con la Botella. Dicen que está buscando un nuevo ático. Mi decepción duró poco porque no tardé mucho en encontrarme con ellas. Una, la más recatada, se recostaba en una esquina de la calle Preciados. Con la mirada altiva, de desdén, marcaba su territorio impidiendo que nadie que no estuviera a su altura se dignara en dirigirle la palabra.
La otra, forzaba un gesto de falsa ingenuidad, un juego peligroso en el que hay reglas, pero no están escritas.
Perplejo como yo, un caradura observa a ambas desde el edificio de Correos de la Puerta del Sol.
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