Lo cotidiano, lo más nimio puede convertirse sorprendentemente en hermoso si se mira con otros ojos. La belleza está oculta en la transparencia del agua, del vidrio y de la luz. Los tres elementos se confabulan con las leyes de la física para despertar nuestro asombro.
Eloy Sánchez Rosillo es desde hace tiempo uno de mis poetas de cabecera. Me gustó haber sentido algo parecido a lo que cuenta en este poema con el que abre su libro Quién lo diría.
Un vaso de agua
Qué suceso increíble:
llené un vaso de agua y lo alcé hasta mi boca.
Era ya media tarde. Me había detenido
cerca de una ventana, aquí, en mi casa,
en este día tan claro de febrero.
Llegó el vaso a mis labios
y en ese mismo instante lo atravesó de pronto
un haz muy apretado y muy intenso
de luz del sol poniente.
Cuántos asombros. Todo rompió a arder
con lumbre limpia y mágica:
el agua y el cristal, el cuarto entero,
mis ojos y mis manos y mi vida.
Sin dar ni un solo paso estuve en todas partes.
No sé cómo decir lo que ocurrió,
cómo expresar que sucedieron siglos
de redención y bienaventuranza.
Oro licuado y tembloroso el mundo,
astilla viva yo de un súbito diamante.
De Quién lo diría.
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